miércoles, septiembre 2

Amándote

Un cavernario silencio que gotea historias y lunas marchitas, adorna mis pensamientos. La vorágine acomete con ciega furia la identidad de mi ser, tambaleante mi figura pretende ingresar a la historia futura y no lo consigue. Soy una playa desierta de huellas, la sal blanquea mi corazón y es entonces que la espuma de mi sueño abrigo en mis manos temblorosas de canciones. A veces el sol se levanta cauteloso sobre mi horizonte marino y gruesas y oscuras nubes preceden a la tormenta que aleja los pájaros encendidos de trinos y fatales maldiciones. Incansable destino vuelve por mí con sus lágrimas de hielo adornadas de amianto. Una canción llorosa y solitaria desgrana la efímera y eterna guitarra del cansancio: tal es la melodía gris que soporto con aire distraído. Dragones tornasolados vigilan el castillo oscuro de mis sueños de paz, la luna se recorta y no me olvida nunca, al salir tan triste para que llore junto a ella en lágrimas de versos hambrientos y tristes despedidas. Una niebla pesada y tranquila guía mis pasos que percibe la húmeda presencia de una sonrisa distendida entre tus brazos inalcanzables de lejanías. No arruinaré tus días felices contagiando con el ajedrez derrotado de mi dicha la caricia que puso ser amante y es desdicha. Un río escarlata recorre mi mente serpenteante y huidiza regando de mente las olvidadas flores que alteró una mujer cuyo nombre pudo ser Penélope y se llamó Cleopatra. Tenía de orgullo la lentitud desesperante del que espera y de ostra la capa pérfida de sus labios que envenenan. Un caballo ruidosamente negro me cruza el pecho con sus ollares rosados tibios del frío de la mañana y mi mano no alcanza para detener su marcha furiosa y prepotente, mientras el tambor de sus cascos mantiene alerta a los centinelas de la madrugada. La noche se desviste con parsimonia y cuelga sus vestidos arrugados sobre los campos desiertos de la luz del día: infeliz la lluvia busca sus manos y mis sentidos. Ahora es tiempo de llorar: llorar, porque te has ido.