miércoles, septiembre 2

Palabras que hieren

Látigo y ceniza, tus duras palabras que horadan la calma de las cosas perdidas y en la brisa del reproche irremediablemente suspendidas , y en los orificios de los ojos atónitos y que en las frases hirientes nadan a su antojo ignorándonos y así y todo se atreven a anunciar las despedidas. Un insulto, luego la calma que presagia la frase que desagia la magia y el indulto del beso que se desvanece en la distancia. Trágica, la innombrable palabra se ahoga en el vino del perdón y el desatino arrepentido y pienso (desearía no estar aquí, contigo). Pero el amor puede más. Y sigo. Con la cotidiana música de tus caderas y todo lo perdonas y todo lo perdono, en la enredadera perfecta de la noche de sábanas y perfumes conocidos. Al abrigo de los besos somos otros, (o somos nosotros, nunca lo supe) nunca horadé en el miedo de no tener tu piel desnuda y el destino no se atreve a revelarme el secreto perpetuo de porque no podemos querernos como todos, será nuestra suerte, entonces, la ruleta muda: amarnos hasta morir y luego de muertos amarnos distintos, (como ahora) vaya uno a saber.

Amándote

Un cavernario silencio que gotea historias y lunas marchitas, adorna mis pensamientos. La vorágine acomete con ciega furia la identidad de mi ser, tambaleante mi figura pretende ingresar a la historia futura y no lo consigue. Soy una playa desierta de huellas, la sal blanquea mi corazón y es entonces que la espuma de mi sueño abrigo en mis manos temblorosas de canciones. A veces el sol se levanta cauteloso sobre mi horizonte marino y gruesas y oscuras nubes preceden a la tormenta que aleja los pájaros encendidos de trinos y fatales maldiciones. Incansable destino vuelve por mí con sus lágrimas de hielo adornadas de amianto. Una canción llorosa y solitaria desgrana la efímera y eterna guitarra del cansancio: tal es la melodía gris que soporto con aire distraído. Dragones tornasolados vigilan el castillo oscuro de mis sueños de paz, la luna se recorta y no me olvida nunca, al salir tan triste para que llore junto a ella en lágrimas de versos hambrientos y tristes despedidas. Una niebla pesada y tranquila guía mis pasos que percibe la húmeda presencia de una sonrisa distendida entre tus brazos inalcanzables de lejanías. No arruinaré tus días felices contagiando con el ajedrez derrotado de mi dicha la caricia que puso ser amante y es desdicha. Un río escarlata recorre mi mente serpenteante y huidiza regando de mente las olvidadas flores que alteró una mujer cuyo nombre pudo ser Penélope y se llamó Cleopatra. Tenía de orgullo la lentitud desesperante del que espera y de ostra la capa pérfida de sus labios que envenenan. Un caballo ruidosamente negro me cruza el pecho con sus ollares rosados tibios del frío de la mañana y mi mano no alcanza para detener su marcha furiosa y prepotente, mientras el tambor de sus cascos mantiene alerta a los centinelas de la madrugada. La noche se desviste con parsimonia y cuelga sus vestidos arrugados sobre los campos desiertos de la luz del día: infeliz la lluvia busca sus manos y mis sentidos. Ahora es tiempo de llorar: llorar, porque te has ido.

Amor de teclado

Te siento acechando en la sombra con tu costumbre que me asombra, y me veo desamparado, de tu voz, de tu llamado, de ese atroz naufragio de la fiebre de saber que estás: mirándome y no me nombras. Apuremos el vaso del cáliz derramado de despedirnos y seremos cansados amantes de un amor inexistente, despidamos para siempre esta sonrisa con velos, dejemos los celos de saber a quien le debemos algo... En el ego de intentar besarnos aún a la distancia, la libertad son las ansias del teclado que nos mantiene lejanos, nosotros: en un costado, llorando sin lágrimas esta vulgar manía imperfecta de abrazarnos, mírame: ahora que el cyber esta lleno y nadie se fija en lo que alrededor pasa y la pasión es simplemente... este beso abandonado...